El albergue de la sexta felicidad, basada en la vida de Gladis Aylward y protagonizada por Ingrid Bergman y Curt Jurgens.
Un ejemplo más de una vida entregada a los demás; una vida, que en principio, no es valorada porque no tiene estudios.
En efecto, la protagonista no es más que una criada, una mujer de la limpieza a finales del siglo XIX. Pero hay una cosa que tiene muy clara: que puede prestar un gran servicio en el otro extremo del mundo: ni más ni menos que en China, una sociedad completamente a la suya y de la que prácticamente no sabe nada.
El primer escollo a superar es el viaje hasta allí: conseguir el dinero necesario para atravesar toda Europa, desde Gran Bretaña hasta un continente prácticamente desconocido.
No olvida la preparación que sabe necesaria y aprovecha los libros de una de las casa que limpia para aprender todo lo que pueda sobre China. Cuando consigue llegar allí, todavía la queda mucho que aprender: desde el idioma hasta las costumbres.
Desde su sencillez, Gladis va a prendiendo a contactar con la gente del pueblo, viéndose implicada en la nueva política que pretende que se deje de vendar los pies a las niñas, costumbre arraigada en China, al igual que el infanticidio (especialmente femenino) que aún hoy en día no ha terminado de desaparecer.
Cada paso adelante, cada logro, supone un nuevo reto, hasta llegar a tenerse que hacer cargo de la evacuación de la población ante la invasión japonesa, llevando a los niños del hospicio que ha ido formando a un lugar más seguro, donde no sufran el ataque de la guerra. Una mujer sin preparación debe hacer frente a la responsabilidad de llevar sanos y salvos a todos a una de las misiones para las que no tenía la preparación suficiente.
Una vez más vemos cómo podemos superar las dificultades iniciales cuando realmente contamos con una motivación.
Entrañable película que puede ayudarnos a reflexionar si estamos preparados para la vida que nos ha tocado vivir. O más bien, si queremos ser respuesta en el mundo en el que vivimos y nos preparamos para ello. Ése es el reto que tenemos delante de nosotros: aceptar nuestra falta de preparación o prepararnos para el combate que nos exige el mundo en guerra en el que vivimos también nosotros.
Un ejemplo más de una vida entregada a los demás; una vida, que en principio, no es valorada porque no tiene estudios.
En efecto, la protagonista no es más que una criada, una mujer de la limpieza a finales del siglo XIX. Pero hay una cosa que tiene muy clara: que puede prestar un gran servicio en el otro extremo del mundo: ni más ni menos que en China, una sociedad completamente a la suya y de la que prácticamente no sabe nada.
El primer escollo a superar es el viaje hasta allí: conseguir el dinero necesario para atravesar toda Europa, desde Gran Bretaña hasta un continente prácticamente desconocido.
No olvida la preparación que sabe necesaria y aprovecha los libros de una de las casa que limpia para aprender todo lo que pueda sobre China. Cuando consigue llegar allí, todavía la queda mucho que aprender: desde el idioma hasta las costumbres.
Desde su sencillez, Gladis va a prendiendo a contactar con la gente del pueblo, viéndose implicada en la nueva política que pretende que se deje de vendar los pies a las niñas, costumbre arraigada en China, al igual que el infanticidio (especialmente femenino) que aún hoy en día no ha terminado de desaparecer.
Cada paso adelante, cada logro, supone un nuevo reto, hasta llegar a tenerse que hacer cargo de la evacuación de la población ante la invasión japonesa, llevando a los niños del hospicio que ha ido formando a un lugar más seguro, donde no sufran el ataque de la guerra. Una mujer sin preparación debe hacer frente a la responsabilidad de llevar sanos y salvos a todos a una de las misiones para las que no tenía la preparación suficiente.
Una vez más vemos cómo podemos superar las dificultades iniciales cuando realmente contamos con una motivación.
Entrañable película que puede ayudarnos a reflexionar si estamos preparados para la vida que nos ha tocado vivir. O más bien, si queremos ser respuesta en el mundo en el que vivimos y nos preparamos para ello. Ése es el reto que tenemos delante de nosotros: aceptar nuestra falta de preparación o prepararnos para el combate que nos exige el mundo en guerra en el que vivimos también nosotros.