Historia, hacer historia, ser protagonistas de la historia y hacerla avanzar. Eso es lo que muestra esta película de 2010, relatando hechos de 1968. Y es algo que deja muy claro uno de los personajes secundarios: la esposa de uno de los directivos de la fábrica, una historiadora de vocación que, precisamente por eso, ve claramente la necesidad del apoyo que precisan las costureras de la Ford. Es una de esas manifestaciones de quién construye realmente la historia y la constatación de que quien lo hace son los ciudadanos, las personas, los trabajadores.
En este caso se trata de un grupo de trabajadoras en una época en la que, por el hecho de ser mujeres tenían, legalmente, un sueldo mucho menor al de los hombres, en unos trabajos que no tenían apenas reconocimiento, no se consideraban como trabajo especializado. Así llevaba siendo mucho, mucho tiempo, con el consentimiento de sindicatos y empresarios hasta que el 7 de junio de 1968 estas 187 mujeres dijeron "basta". Eran las únicas mujeres que trabajan en esta fábrica de Ford, que empleaba a 55 000 operarios. Hicieron parar toda la producción.
Tendrían que salir otra vez a la calle en 1984 para que se reconociera su calificación laboral, pero esa es otra historia y ya no entra en esta película, aunque sí en la vida real.
El primer apoyo que recibieron aunque quizá habría que denominarlo más bien empujón, fue de un sindicalista que había vivido esa discriminación en su propia casa, en la carne de su propia madre. Luego vinieron a la par apoyos y ataques de familias y compañeros, pero es importante que la protagonista de la película, con sus altibajos, tiene el apoyo de la familia, de su marido. ¿Qué sería de la lucha por el ideal si no fuera por aquellos que nos rodean? Mucho más difícil por no decir imposible, sin ninguna duda. Y para esto tiene que propiciarse el ambiente que haga posible tener clara una cosa: “son derechos, no privilegios”.
Hoy en día nos puede parecer muy lejano, pero no lo tenemos tan lejos. Esa desigualdad legalizada sigue presente entre nosotros: ayer mujeres, hoy migrantes; ayer esclavos, hoy externalizados. Y eso en nuestra sociedad, enriquecida y considerada como civilizada y desarrollada.
La globalización no es algo tan novedoso como pensamos: ya en esos años Ford no quería que el ejemplo de estas costureras cundiera por el mundo y ante la disyuntiva, la opción era el chantaje al gobierno con llevar la producción a otros países, dejando así un gran número de parados que repercutiría en la economía de todo el país.
Quizá una frase resume la película y la realidad: “No sabíamos que éramos tan fuertes”.
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