¡Qué verde era mi valle!

“Cierro los ojos a mi valle, tal como es hoy, y desaparece, y lo veo tal y como estaba cuando yo era niño, un valle verde, rebosante de vida” estas palabras del comienzo de la película reflejan uno de los auténticos poderes de la humanidad, el recordar aquello que nos hace más firmes, más fuertes, más cercanos a los demás y de eso se trata esta obra de John Ford, rodada en 1941 y en la que se relata la vida de un pueblo minero galés del siglo XIX, en pleno auge de la revolución industrial y del movimiento obrero que se refleja en la unión que existe entre los trabajadores, la resistencia desde la comunidad, la reivindicación de la dignidad de la vida y la justa remuneración del trabajo.

Una narración llena de pequeños y grandes detalles cotidianos enmarcados en una historia de decadencia y debilidad, pero, sobre todo de lucha y dignidad, la de aquellas familias que protagonizan el día a día que aquí se nos relata desde la mirada de un niño, que va creciendo en este mundo en cambio. El protagonista observa todo lo que le rodea y aprende de ello: la dignidad de su padre, la entrega de su hermana, el ansia de justicia de sus hermanos, la resistencia de su madre, la vida de sus vecinos… Pero no sólo de aquello que es bueno y se va asentando como firmes principios sino también de aquello que se le muestra como injusto en la conducta de los que tiene cerca y contra lo que él también se rebela desde su infancia.

Entre estereotipos y realidad, vamos conociendo a cada uno de ellos, con sus luces y sombras, sobre todo en aquello que tienen de personas reales, de carne y hueso, llenas de contradicciones, con sus debilidades, esperanzas, luchas, enfrentamientos, nobleza,...

“Ninguna cerca ni reja rodea el tiempo pasado. Se puede volver atrás y revivir lo que se quiera si se recuerda”. Esto es lo que sucede con clásicos como este, que nos ayudan a revivir lo que es importante. Destilan la esencia, como los libros que leyó en la convalecencia el pequeño  Huw Morgan, con sus historias y protagonistas universales y eternos, que siguen acompañando a muchas generaciones con unos valores que trascienden el tiempo y el espacio porque se encarnan en cada momento y en cada lugar.



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